martes, septiembre 06, 2005

Un paraíso neoliberal siniestro


La secuencia empieza así: tan pronto el avión empieza a descender, ya no puedes despegar tus ojos de la ventanilla. Lo que se ve allí abajo es impresionante: un archipiélago de 24 millas cuadradas de islas coralinas de vivos colores que forman un rompecabezas del mundo casi completo. En las verdes aguas someras que separan los continentes se divisan con claridad las pirámides de Gizeh y el Coliseo romano.

Mike Davis *

En la lejanía aparecen tres grandes archipiélagos de islas dibujando palmeras en forma de medialuna en las que hay edificios de apartamentos, parques de recreo y miles de mansiones, todo construido sobre postes hundidos en el mar. Las "Palmeras" están conectadas por calzadas elevadas a playas idénticas a las de Miami, abarrotadas de hoteles gigantescos, edificios de apartamentos de varias plantas y puertos deportivos repletos de yates.
Justo cuando el avión vira lentamente hacia tierra firme te quedas boquiabierto ante lo que aparece delante de tus narices. De entre una selva de rascacielos (debe haber casi una docena que miden más de 1000 pies) sobresale una nueva Torre de Babel. Tiene una altura imposible de media milla, como si el Empire State Building tuviera otro igual encima.
Te estás frotando los ojos entre maravillado e incrédulo cuando el aparato aterriza y te dan la bienvenida en un aeropuerto en cuya zona comercial encuentras cientos de tiendas que tratan de seducirte con bolsas de Gucci, relojes Cartier y lingotes de oro de un kilo. Y te dices: sí, claro, cuando regrese debo acordarme de llevarme algún lingote del duty free.
El chofer del hotel está esperándote en un Rolls Royce Silver Serpa. Unos amigos te han recomendado el Armani Hotel en la torre de 160 pisos y el hotel de siete estrellas con un atrio tan grande que podría albergar la Estatua de la Libertad, pero en lugar de eso eliges satisfacer una fantasía infantil. Siempre habías deseado ser el Capitán Nemo de Veinte mil leguas de viaje submarino.
El hotel en forma de medusa en el que te alojas está exactamente a 66 pies bajo la superficie del mar. Cada una de las 220 lujosas suites tiene paredes de plexiglás que ofrecen una vista espectacular tanto del desfile de sirenas como de los "fuegos de artificio submarinos" que han dado fama al hotel: una exhibición alucinante de "burbujas de agua, remolinos de arena y delicados juegos de luces". Un risueño conserje se encarga de disipar toda tu preocupación por las medidas de seguridad que puede ofrecer tu lugar de descanso instalado en el fondo marino. Te asegura que la estructura tiene un complejo sistema de seguridad en cada planta que incluye protección tanto contra ataques terroristas submarinos como contra ataques lanzados con misiles y aviones.
Tienes una importante reunión con clientes de Hyderabad y Taipei en la zona de negocios de la Ciudad de Internet, pero has llegado un día antes para regalarte una de las famosas aventuras en el parque temático dedicado a los dinosaurios llamado "Restless Planet". Efectivamente, después de una noche de sueño relajante bajo el mar, ahora te encuentras subido en un monorraíl que te guía por una jungla jurásica. La expedición tropieza con unos pacíficos apatosauros, pero de repente es atacada por una desagradable banda de velocirraptores. Las bestias creadas mediante animación electrónica son tan condenadamente realistas –de hecho han sido diseñadas por expertos del Museo Británico de Historia Natural– que no puedes evitar dar gritos de miedo y placer.
Aún con el subidón de adrenalina puedes rematar la tarde en una emocionante sesión de snowboard en la pista de esquí local. La siguiente parada es el centro comercial Arabia, el mercado más grande del mundo –el altar ceremonial urbano del conocido "Shopping Festival" que cada mes de Enero atrae a cinco millones de frenéticos consumidores–, pero decides posponer caer en la tentación.
En lugar de eso te das el capricho de probar la cara fusión culinaria Thai en un restaurante cercano a las Elite Towers que te recomendó el chofer del hotel. Mientras la rubia despampanante del bar sigue mirándote fijamente cual vampiro sediento, no puedes evitar pensar que la pecaminosa escena del local en realidad guarda un gran parecido con la extravagancia del centro comercial...

¿La secuela de Blade Runner?

Bienvenido al paraíso. ¿Pero dónde demonios has ido a parar? ¿Se tratará de una nueva novela de ciencia ficción de Margaret Atwood, la secuela de Blade Runner, o es una colgadura de Donald Trump después de haberse metido un tripi?
No, se trata de la ciudad de Dubai, en el Golfo Pérsico, en el año 2010.
Después de Shanghai (población actual: 15 millones de habitantes), Dubai (población actual: 1,5 millones) es el complejo urbano más grande del mundo, un universo de ensueño del consumo ostentoso, lo que en la jerga local llaman "estilos de vida supremos".
Docenas de proyectos extravagantes están actualmente en construcción o lo estarán en breve. Destacan: "The World" (un archipiélago artificial); Burj Dubai (el edificio más alto de la Tierra); el Hydropolis (el hotel de lujo submarino antes mencionado); el parque temático Restless Planet; una cúpula acondicionada para la práctica del esquí mantenida permanentemente a bajas temperaturas a pesar de los 40ºC del exterior, y el centro comercial Arabia, un hipermercado gigantesco.
Bajo el despotismo ilustrado de su Príncipe Real y Jefe de Gobierno, el jeque Mohammed Bin Rashid al-Maktoum, de 56 años, el Emirato de Dubai –de una extensión parecida a la de Rhode Island– se ha convertido en el nuevo icono global del urbanismo de diseño creativo. Aunque a menudo es comparado con Las Vegas, Orlando, Hong Kong o Singapur, el Emirato más bien es una combinación de todas ellas: un pastiche que aúna lo grande, lo malo y lo feo. No es un híbrido, sino una quimera: es el fruto de la unión de las fantasías ciclópeas de Barnum [creador del megacirco], Eiffel, Disney, Spielberg, Jerde [fundador de una empresa dedicada a la arquitectura visionaria y al planeamiento urbano], Wynn [promotores de hoteles de gran lujo] y de Skidmore, Owings y Merrill [constructores de rascacielos].

El multimillonario jeque Mo –como lo conocen cariñosamente los residentes extranjeros en Dubai– no sólo colecciona purasangres (tiene el establo más grande del mundo) y yates enormes (el Project Platinum de 525 pies dispone de su propio submarino y de una cubierta de vuelo), sino que parece saberse tan al dedillo el libro de culto de Robert Venturi Learning from Las Vegas como los más píos musulmanes se saben el Corán. (Uno de los logros de los que el jeque se siente más orgulloso, dicho sea de paso, es el de haber introducido en Arabia las comunidades residenciales de entrada restringida).
Bajo su mandato, el desierto costero se ha convertido en una inmensa placa base a la que se invita a conectarse en clusters de alta tecnología tanto a la elite de la ingeniería transnacional como a los promotores de desarrollo tecnológico de nivel medio, así como a instalar zonas de entretenimiento, construir islas artificiales, edificar "ciudades dentro de ciudades" y cualquier cosa que sea el último grito en capitalismo urbano. Ni que decir tiene que esta especie de edificios Lego fantasmagóricos y nada singulares pueden encontrarse hoy en decenas de ciudades que ambicionan una dinámica parecida, pero el jeque Mo tiene un criterio distintivo e inviolable: todo tiene que ser de "nivel mundial", lo que para él significa figurar en el primer lugar en el Libro Guinness de los Récords. Por esto Dubai está construyendo el parque temático más grande, el mayor centro comercial, el edificio más alto y el primer hotel sumergido, entre muchas otras primeras cosas.
La megalomanía arquitectónica del jeque Mo remite algo a Albert Speer y su patrón, pero no es irracional. A partir de lo que ha "aprendido de Las Vegas", ha comprendido que si Dubai quiere convertirse en el paraíso del consumo de lujo de Oriente Medio y África del Sur (su oficialmente denominado "mercado doméstico" de 1.600 millones de compradores), debe esforzarse en el cultivo incesante del exceso.
Desde este punto de vista, la caricatura monstruosa de la ciudad futurista no es más que una astuta estrategia comercial. Sus dueños están encantados de la vida cuando diseñadores y urbanistas ungen esta caricatura designándola punta de lanza. El arquitecto George Katodrytis escribió: "Dubai puede considerarse el prototipo emergente del siglo XXI: oasis protéticos y nómadas presentados como ciudades aisladas que se extienden sobre tierra y mar".
Además, para financiar los costes de estas hipérboles Dubai cuenta con la buena situación por la que pasa hoy el negocio petrolífero. Cada vez que usted pone 40 dólares de gasolina en el depósito de su coche está ayudando a irrigar el oasis del jeque Mo.
Precisamente porque Dubai está apurando sus reservas naturales de petróleo, ha optado por convertirse en la postmoderna "ciudad de redes" –como Bertold Brecht llamó a Mahagonny, la floreciente ciudad de ficción–, en la cual los descomunales beneficios del petróleo deben reinvertirse en el único recurso realmente inagotable de Arabia: la arena. (De hecho los megaproyectos de Dubai a menudo se miden por el volumen de arena removido: cien mil millones de pies cúbicos en el caso de "The World").
Al-Qaeda y la guerra contra el terrorismo tienen mucho que ver con este crecimiento. Desde el 11 de Septiembre, muchos de los inversores de Oriente Medio, temiendo demandas o sanciones, se han retirado de los países occidentales. Según Salman bin Dasmal de Dubai Holdings, sólo los saudíes han repatriado ya un tercio de sus billonarias inversiones en cartera en el extranjero. Los jeques están reintegrando el dinero y se cree que sólo en el último año los saudíes han invertido al menos 7.000 millones de dólares en los castillos de arena de Dubai.
Otro acueducto de abundante petróleo fluye desde el vecino Emirato de Abu Dhabi. Los dos pequeños estados tienen el dominio de los Emiratos Árabes Unidos, un engendro de nación promovido por el padre del jeque Mo y el regente de Abu Dhabi en el año 1971 para conjurar, primero, las amenazas de los marxistas de Omán y, después, las de los islamistas iraníes.
Hoy la seguridad de Dubai está garantizada por las fragatas estadounidenses equipadas con misiles que suelen estar atracadas en el puerto de Jebel Ali. De hecho, la ciudad-estado se esfuerza mucho en difundir la imagen de ser la última "zona franca" para la elite internacional en una región crecientemente turbulenta y peligrosa.
Mientras tanto, cuando cada vez más expertos advierten de que la época del petróleo barato es cosa del pasado, el clan de los al-Maktoum puede contar con un torrente de capital procedente del petróleo que busca en el Emirato un refugio estable y amistoso. Cuando desde fuera se pregunta si el auge actual es sostenible, los funcionarios de Dubai responden que su nueva Meca se está edificando sobre la igualdad, no sobre el endeudamiento.
Desde que en el año 2003 se tomó la decisión de permitir a los extranjeros la tenencia ilimitada y vitalicia de propiedades, los europeos y asiáticos ricos se han apresurado a tomar su cuota-parte en la burbuja de Dubai. Un frente de playa en una de las "Palmeras" o, mejor aún, una islita privada en "The World" tienen hoy el caché de Saint Tropez o Gran Caimán. Los antiguos dueños coloniales han empezado a liderar la manada desde que los residentes e inversores británicos se han convertido en los mayores animadores del reino de ensueño del jeque Mo: David Beckham posee una playa y Rod Steward una isla (se rumorea que es la que lleva por nombre "Gran Bretaña").

La mayoría invisible de trabajadores esclavizados

El carácter utópico de Dubai, permítaseme que insista, no es un espejismo. Más aún que Singapur o Texas, la ciudad-estado es de hecho la apoteosis de los valores neoliberales.
Por un lado, ofrece a los inversores un régimen de propiedad privada confortable y al estilo occidental, incluyendo el derecho de tenencia ilimitada y vitalicia de propiedades, algo absolutamente singular en la región. En el paquete de privilegios van incluidos la tolerancia de bebidas alcohólicas, las drogas para consumo propio y otros vicios extranjeros expresamente prohibidos por la ley islámica. (Cuando los residentes extranjeros alaban la "apertura" insólita de Dubai lo que están ensalzando es sólo la libertad de hacer lo que les venga en gana, no la libertad sindical o la libertad de expresión).
Por otro lado, Dubai, conjuntamente con sus Emiratos vecinos, ha alcanzado el paroxismo en la prohibición de los derechos de los trabajadores inmigrados. Los sindicatos, las huelgas y los agitadores son ilegales, y el 99% de la fuerza de trabajo del sector privado son trabajadores sin derecho de ciudadanía fácilmente deportables. Seguro que los sesudos sacristanes de los institutos American Enterprise y Cato deben salivar cuando contemplan el sistema de clases sociales y la distribución de la propiedad y los derechos en Dubai.
En la cúspide de la pirámide social, naturalmente, se encuentran los al-Maktoum y sus primos, los cuales poseen todo grano de arena potencialmente lucrativo del Emirato. Después, el 15% de población nativa –cuyo ropaje distintivo es el vestido tradicional árabe de color blanco– constituye una clase ociosa que rinde pleitesía a la dinastía a cambio de suculentas transferencias de dinero, educación gratuita y trabajos en la administración pública. Un escalón más abajo están los mercenarios llevados en volandas: nada menos que unos 150.000 residentes británicos, junto con otros empresarios y profesionales europeos, libaneses e indios, los cuales cada verano sacan provecho de su acomodada situación pasando dos meses de vacaciones en el extranjero viviendo a cuerpo de rey.
Sin embargo, los trabajadores contratados del Sur de Asia, legalmente atados a un único empleador y sujetos a controles sociales totalitarios, conforman la mayoría de la población. El estándar de vida de Dubai es mantenido por una legión de criadas procedentes de Filipinas, Sri Lanka e India, a la vez que la burbuja constructora recae sobre los hombros de un ejército de paquistaníes e indios que reciben sueldos míseros por trabajar doce horas al día, seis días y medio a la semana, en ese horno de calor que es el desierto.
Dubai, como sus vecinos, se burla de las regulaciones laborales de la OIT y rechaza suscribir la Convención Internacional de Protección de los Derechos de Todos losTrabajadores Migratorios. En el año 2003, Human Rights Watch acusó a los Emiratos de edificar su prosperidad sobre el "trabajo forzado". De hecho, como el periódico británico Independent ha señalado recientemente en un reportaje sobre Dubai, "el mercado de trabajo se parece muchísimo al sistema de contratación cautiva que exportaron a Dubai sus antiguos colonizadores, los británicos".
"Como sus empobrecidos antepasados", continúa el periódico, "en cuanto llegan a los Emiratos Árabes Unidos, los trabajadores asiáticos se ven forzados a contratarse durante años en un sistema que en la práctica es de esclavitud. Los derechos se esfuman en el aeropuerto en el instante en que los sicarios de sus empleadores les confiscan sus pasaportes y visas para tenerlos controlados".
Además de estar sobreexplotados, se espera que los hilotas de Dubai también sean invisibles la mayor parte del tiempo. Los desérticos campos de trabajo de las afueras de la ciudad, en los que los trabajadores son hacinados en habitaciones de seis, ocho o doce personas, no forman parte de la imagen turística oficial de una urbe lujosa en la que no existe pobreza ni barrios degradados. Se difundió que en una visita reciente el Ministro de Trabajo de los Emiratos Árabes Unidos quedó muy impresionado por las condiciones de vida míseras, casi insoportables, de los trabajadores de un campo de trabajo remoto mantenido por un importante contratista. Pero cuando los trabajadores trataron de formar un sindicato para reclamar mejores salarios y mejores condiciones de vida fueron inmediatamente arrestados.

Sin embargo, el paraíso tiene zonas acaso más oscuras que los campos de trabajo forzado. Las jóvenes rusas del elegante bar del hotel no son más que una fachada glamurosa que esconde tras de sí un siniestro comercio sexual basado en el secuestro, la esclavitud y el sadismo. Dubai –como advierten las guías turísticas especializadas– es el "Bangkok de Oriente Medio", una ciudad poblada por miles de prostitutas rusas, armenias, indias e iraníes controladas por unas pocas bandas y mafias transnacionales. (La ciudad es, para que nada falte, un centro mundial de lavado de dinero en el que se calcula que alrededor de un 10% del valor de las transacciones inmobiliarias se realiza con dinero en efectivo).
Por supuesto, el jeque Mo y su régimen ultramoderno rechazan tener vínculo alguno con la floreciente industria de la luz roja, aunque todo el mundo sabe que las putas son esenciales para poder tener todos esos hoteles de cinco estrellas llenos de hombres de negocio europeos y árabes. Sin embargo, el propio jeque ha sido relacionado personalmente con el vicio más vergonzoso de Dubai: la esclavitud infantil.
Las carreras de camellos son una auténtica pasión en los Emiratos. En Junio de 2004 la Internacional Contra la Esclavitud difundió fotos en las que aparecían jinetes en edad preescolar en Dubai. Simultáneamente, la HBO Real Sports informó que los jinetes, "algunos de tres años de edad, son secuestrados o vendidos como esclavos, están desnutridos, y son maltratados y violados". Algunos de los pequeños jinetes tomaron parte en una carrera de camellos en un recinto de Dubai propiedad de los al-Maktoum.
El Lexington Herald-Leader –un periódico de Kentucky, donde el jeque Mo tiene dos grandes cuadras de purasangres– confirmó partes de la historia de la HBO en una entrevista con un herrero local que había trabajado para el príncipe real de Dubai. Dijo haber visto a "pequeños escuchimizados" que no debían tener más de cuatro años montando a horcajadas en carreras de camellos. Los adiestradores de camellos aseguran que los chillidos de terror de los niños hacen que los animales se esfuercen en correr más rápidamente.
El jeque Mo, que se considera a sí mismo profeta de la modernidad, gusta de impresionar a los visitantes con sabios proverbios y profundos aforismos. Uno de sus favoritos es: "Aquel que no trate de cambiar el futuro permanecerá prisionero del pasado".
Pero el futuro que él está construyendo en Dubai –con el aplauso entusiasta de multimillonarios y de corporaciones transnacionales de todo el mundo– no es más que una pesadilla del pasado: un remedo de Walt Disney y Albert Speer en las playas de Arabia.

* Sinpermiso - Kaos. Opinión. Mike Davis, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es autor de Dead Cities. Acaba de publicarse su Último libro: Monster at the Door: the Global Threat of Avian Influenza (New Press, 2005). Traducción: Jordi Mundó.

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