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martes, agosto 23, 2005
El padre obispo Juan Carlos Maccarone
Hemos recibido consternados la noticia de la renuncia de nuestro padre obispo Juan Carlos Maccarone. Llegó a esta provincia con el corazón atravesado por el dolor de tener que reemplazar a su querido amigo muerto en el "testimonio" evangélico, Gerardo Sueldo.
Por Fernán Gustavo Carreras (*)
Desde ese dolor, que es el dolor de la iglesia santiagueña, él inició su servicio consciente de que asumía un desafío de titanes. Con gran humildad y humor nos dijo: "Hago mías las palabras de los santos padres: 'estoy parado en los hombros de un gigante'". El gigante en esta analogía era Gerardo Sueldo, el enano es quien asume la comparación, es decir, Juan Carlos Maccarone. El estar parado en sus hombros es ver, mirar con los propios ojos, ¡pero más lejos, mucho más! de lo que se puede mirar sin ese apoyo.
De este modo toma posición directamente comprometida con el proceso diocesano de una "iglesia santiagueña, comunitaria y misionera, pobre y solidaria, al servicio de los que tienen la fe y la vida amenazadas". La sangre de Gerardo Sueldo abonaba la tierra para que germine y se desarrolle esta semilla del Reino. Juan Carlos Maccarone recogió esta sangre en el cáliz de Cristo y la bebió a lo largo de todo su ministerio en Santiago, consciente de prolongar una línea martirial en su acción pastoral.
Ni bien llegó a la diócesis nos preguntó: "¿Cómo ven uds. a Gerardo Sueldo". Uno de los destinatarios de la pregunta le retrucó: "¿Y usted cómo ve al Santiago que Gerardo Sueldo miró?" Respondió: "La miro como Gerardo. Pero no soy Gerardo, yo soy Juan Carlos, lleno de limitaciones. Él era voz de los que no tienen voz, yo quiero ser el que trabaja para que tengan voz los que hoy no la tienen".
"El santiagueño con poco sabe hacer mucho"
Como buen pastor, ama a sus ovejas, por ello hizo enormes esfuerzos por conocerlas. Desde que se le comunicó que asumiría como obispo de Santiago del Estero, se dedicó a estudiar la provincia, no sólo en lo que respecta a su vida eclesial, sino a su historia, tradiciones, situación social y política. A poco de llegar a la diócesis formuló opiniones sobre el modo de ser de los santiagueños, quienes lo emparentaron directamente con los grandes pensadores de la provincia. "El santiagueño es muy creativo, tiene poco, y con lo poco que tiene hace mucho". Recorría la provincia, viajaba a los lugares más recónditos de nuestra extensa geografía, a veces en camioneta, a veces a pie, alguna vez a lomo de burro, y observaba con asombro de filósofo las costumbres de la gente. Una vez lo escuché comentar: "¡La religiosidad popular es muy profunda en Santiago del Estero! ¡Ustedes tienen una riqueza invalorable!... En mis años de sacerdote y obispo nunca vi esa actitud de unción en el acercamiento a lo sagrado, que se puede observar en las festividades religiosas santiagueñas".
Comprendió rápidamente que el problema de nuestro pueblo santiagueño es el miedo. Y en ese sentido hizo el esfuerzo de continuar construyendo organizaciones que brindaran el marco necesario para que el ciudadano pueda participar en la lucha cívica, sin caer en el vacío. Fortaleció la pastoral social, la comisión diocesana por los derechos humanos, la pastoral de la tierra, favoreció la creación de equipos de capacitación política, de monitoreo ciudadano y alentó a las universidades a la construcción de propuestas para consensuar un modelo de provincia. Se podrían mencionar muchas acciones desarrolladas en su ministerio, pero nos limitaremos a señalar sólo algunas.
El dolor de las madres, las madres del dolor, David y Goliat
A su llegada, el poder político y económico estaba enormemente concentrado en la provincia. Se llegaron a escribir un libro con el título El Reino de los Juárez, y otros semejantes, donde se describe de modo abundante el contexto en el que le tocó actuar. En pocas palabras se podría caracterizar ese contexto como un gobierno de poder omnímodo, con una Justicia y una Legislatura completamente dependientes, de tal modo que el que gobierna es quien hace la ley, quien la aplica, quien perdona y condena. El gobernante era dueño de la cosa pública, y desde el Estado posibilitaba los grandes negocios, a la vez que castigaba económica y judicialmente a quienes no se sometían. El poder parecía inexpugnable.
Sin embargo, un proceso decidido y sistemático de lucha fue abriendo grietas que terminaron derrumbándolo. El 16 de diciembre de 1993 se quemó la Casa de Gobierno y provocó su caída. Luego, Mons. Gerardo Sueldo se puso al frente del proceso, y ejerció un profetismo valiente y eficaz. Su muerte, lejos de significar un freno, fue un impulso para continuar.
Mons. Maccarone dio continuidad a su antecesor en un ejercicio pastoral silencioso, pero eficaz. Siguiendo el estilo evangélico, intentó mediante el diálogo con los grupos de poder producir un cambio de actitud. Una vez que se convenció de que ese camino chocaba en piedras, dio un segundo paso, el de recoger las demandas de la gente y elevarlas a los niveles donde ellas puedan ser solucionadas. Los atropellos que sufrían los ciudadanos llegaron a un extremo con el doble crimen de La Dársena. Una madre sufriente, junto a su familia y a su comunidad, comenzó a marchar pidiendo el esclarecimiento de los hechos, a la vez que reclamando justicia. Las comunidades eclesiales, organismos de pastoral social y el Maccarone acompañaron estas marchas, en las que se concentraban múltiples demandas, y se pedía la intervención del gobierno provincial como condición necesaria para la justicia. Y la intervención llegó, se derrumbaba un poder de cincuenta años de vigencia. El accionar de Mons. Maccarone fue clave en ese proceso. ¡Nadie lo podía creer! ¡David vencía nuevamente a Goliat!
La Mesa de Diálogo Santiagueño
Consciente de que una cultura de cincuenta años de autoritarismo no se acaba de un día para el otro, implementó en Santiago del Estero la Mesa del Diálogo Santiagueña. El objetivo fue construir consensos tendientes a posibilitar la democratización del poder en Santiago del Estero en lo inmediato, y propender a un proyecto provincial en el largo plazo. Funcionó dividida en mesas temáticas, que fueron arribando a conclusiones importantes, entre las que merecen destacarse la necesidad de la reforma de la Constitución provincial, y propuestas concretas para introducir en el nuevo texto constitucional. Las conclusiones fueron elevadas a las autoridades legítimamente constituidas.
Sabía perfectamente que se había cumplido sólo una etapa y faltaba mucho camino por recorrer. Estuvo siempre vigilante, en su homilía de mayo último desgranó estos conceptos: "Recordar es necesario para seguir caminando". Dijo que una ciudad es un proyecto de comunión, y aclaró: "No es un proyecto mezquino convivir, aunque intereses mezquinos y rivalidades lo puedan enredar, como toda obra humana. Solamente en el respeto del derecho, expresado en leyes justas, puede construirse la convivencia social, que la defiendan de la arbitrariedad y el privilegio, con el olvido de los más pobres, débiles y sufrientes". Allí nos repitió un pensamiento permanente en sus mensajes: "Santiago no necesita tutores, ni tiene dueños que le señalen arbitrariamente el derrotero de la historia, y menos que lo quieran imponer autoritariamente".
Concluía aquella homilía con una oración en la que expresaba una realidad social y personal: "Nos sentimos heridos y agobiados". Ya el poder de las tinieblas estaba actuando en un duelo a vida o muerte, panfletos, amenazas telefónicas le advertían que no siguiera adelante con decisiones pastorales de enorme trascendencia para la vida eclesial, entre ellas el Sínodo Diocesano, proceso tendiente a dar estructura orgánica a la renovación de la iglesia santiagueña en su Semana de Pastoral. En ese contexto se produce el desenlace que todos conocemos. Como siempre nos preguntamos, ¿cuál es el motivo de fondo de todo esto? Se reconocen motivos manifiestos: "volver a la auténtica iglesia de Cristo", que en Santiago se había alejado de la "sana doctrina". ¿A cuál iglesia se quiere volver?, podríamos preguntarnos. Por el tenor de las notas y panfletos respondemos sin vacilar, a la Iglesia de Trento, Modelo formulado en el siglo XVI, vigente durante cuatrocientos años, hasta el Concilio Vaticano II. ¿Es que la Iglesia es una sociedad inmovilizada en el tiempo?
Pero éste es sólo el motivo expresado, el oculto es mantener la concentración monopólica del poder económico y político en Santiago del Estero, al que molesta la función crítica de una Iglesia comprometida con la suerte de los pobres. Así queda de manifiesto una vez más que el poder económico necesita de una Iglesia conservadora, que lo justifique como compatible con el plan de Dios.
La historia no termina, hacemos nuestra la oración de aquella homilía del obispo: "ùPrecisamos tu alivio y fortaleza. Danos la valentía y libertad de los ojos de Dios, para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz".
* Lic. en Filosofía
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